Noventa y seis horas y media...

Pepe Rey abre los ojos. Lo primero que ve es un cielo muy azul. Luego, las ramas de unos árboles sobre su cabeza, que, por cierto, le duele mucho, muchísimo. «¿Qué hago aquí en el campo, bajo un pino, durmiendo y con este horrible dolor de cabeza?», se pregunta. No entiende nada.
Se levanta un poco y, ya sentado en el suelo, mira el paisaje. No hay nadie. Sólo árboles y tierra seca. Al fondo se ve una vieja casa de campo y, más lejos, un pueblo. Se oyen algunos pájaros y un rebaño de cabras. Poco a poco Pepe va levantándose. También le duelen la espalda y una rodilla. Mira el reloj: día 13. Las 13 h... «Claro..., ">martes y 13...» piensa...
«Debo de estar al sur de Madrid, bastante al sur...», piensa mirando la vegetación y los campos. Sigue preguntándose cómo ha llegado hasta ahí. Y sigue sin respuesta.
Cada vez más preocupado, empieza a buscar en sus recuerdos: «¿Dónde estuve anoche...? ¿Tanto bebí? No... No puede ser. Esto es muy extraño». De repente se da cuenta de que sólo lleva un zapato. Y de que no se acuerda absolutamente de nada.
Busca un cigarrillo en el bolsillo derecho de su americana. Pero no lo encuentra. En el lugar donde lleva normalmente el tabaco y las llaves del coche hay una rosa roja. «¿Qué significa todo esto?», se pregunta de nuevo.

***

Empieza a andar hacia la casa, que está a unos doscientos metros. En la puerta hay una anciana vestida de negro pelando patatas y una niña jugando con una vieja muñeca.
-Buenos días.
-Buenos días -le responde la vieja mirándole de arriba abajo.
-Oiga..., mire..., ¿tienen teléfono? Es que... Bueno, es un poco difícil de explicar: me he perdido y quisiera hacer una llamada.
-Pues, hijo, aquí no tenemos teléfono. Tendrá que ir hasta el pueblo. Carmencita lo acompañará, ¿verdad, hija?. Venga, acompaña a este señor a la fonda.
La niña deja la muñeca y sonríe a Pepe. Es una niña muy morena, de unos seis años. Se le han caído todos los dientes y también ella parece una viejecita.
-Vamos -le dice a Pepe contenta.
Pepe y la niña empiezan a andar hacia el pueblo.
-¿Cómo te llamas? -le pregunta la pequeña al detective.
-Pepe, o sea José.
-¡Ah! Como mi padre y como el abuelo...
-¿Ah, sí? Oye, Carmencita, ¿cómo se llama el pueblo?
-Villaperdida del Monte. ¿No lo sabías?
-No.
-¿Y qué haces tú aquí? Porque tú no eres de por aquí, ¿verdad?
-Pues no lo sé, hija, no lo sé. No tengo ni idea.

***

En la fonda La Malagueña hay un teléfono. Y, después de comprarle unos caramelos a Carmencita, Pepe decide llamar a Madrid.
-¿Tienen teléfono?
-Sí, al fondo, a la derecha. Al lado de los servicios.
-Ah, sí, gracias, ya lo veo.
Pepe llama a su oficina. Sólo Susi, su secretaria, que lo sabe todo, puede explicarle qué hace él en Villaperdida del Monte. En su casa no hay nadie, porque Pepe vive solo desde que se separó de Elena. Bueno, solo, solo, no. Vive con Ninochka, una gata siamesa guapísima y bastante bohemia, que de vez en cuando se va de vacaciones por los tejados del viejo Madrid.
Pero Ninochka todavía no ha aprendido a contestar al teléfono.
-José Rey, detective privado, dígame -responde Susi.
-Susi, soy yo.
-Jefe, ¡por fin!, ¡Dios mío, jefe! ¿En qué lío se ha metido?
-Yo todavía no lo sé. ¿Y tú?
-Jefe, ¿dónde está?
-En un pueblo de la provincia de Toledo, Villaperdida del Monte.
-Vaya nombre tan adecuado... ¿Y qué hace ahí si se puede saber?
-No tengo la menor idea...
-Supongo que lo sabe ya todo...
-¿Qué es «todo», Susi?
-Pues que el inspector Romerales lo busca para detenerle. Ha estado aquí esta mañana. Lo acusan de asesinato.
-¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Asesinato de quién?
-De Paolo Rissi, aquel señor italiano con el que había quedado usted el viernes por la tarde.
-Susi, en mi mesa hay unas llaves de mi coche. Supongo que todavía estará aparcado donde lo dejé, en la Plaza de Pontejos, ya sabes, detrás de Sol>. Por favor, cógelo y ven a buscarme. Y ten cuidado en la carretera...
-Claro, jefe, ahora mismo. ¿Cómo ha dicho que se llamaba el pueblo?
-Villaperdida del Monte. Estará a unos noventa kilómetros de Madrid, creo. Búscalo en el mapa.
-¿Algo más?
-Sí, tráeme unos zapatos. Susi..., ¿hoy es martes?
-Sí, jefe, martes y trece. ¿Para qué quiere unos zapatos, jefe?
-Tú tráemelos y luego te cuento. ¿Vale?

***

Pepe cuelga y va hacia la barra. Pide un café doble, agua mineral con gas y una aspirina. «Martes...», piensa preocupado. Sus últimos recuerdos son del viernes...
El dueño de la fonda, don Faustino, un hombre fuerte y de piel morena, con boina de campesino, tiene ganas de hablar con Pepe.
-¡Qué día tan bueno!, ¿eh?
-Sí, muy bueno -responde Pepe sin interés. Tiene demasiado en qué pensar para hablar del tiempo.
-Usted no es de por aquí, ¿verdad? -insiste don Faustino-. Yo no sé qué pasa, pero vienen muchos forasteros últimamente por el pueblo, como ésos de ayer...
Pepe se sienta junto a una mesa de mármol, al lado de una ventana, sin escuchar a don Faustino. De pronto ve que Carmencita está a su lado mirándole muy seria.
-¿Estás triste? -le pregunta la niña.
-No, bonita... ¿Ya te has comido todos los caramelos?
-No, mira -y le enseña los bolsillos del vestido-. Estos son para la abuela. Bueno, me voy a casa.
-Pues, adiós, y gracias por acompañarme.
-¿Me das un beso?
-¿Cómo no? -responde Pepe, poniéndose un poco colorado.

***

Mientras espera a Susi, Pepe tiene bastante tiempo para pensar. Sí, se acuerda perfectamente de la cita con Rissi. El italiano quería darle un trabajo. Hablaron por teléfono el viernes por la mañana, y el viernes por la tarde... ¿Qué pasó el viernes por la tarde? ¡Ah, sí! Fue al Hotel Miguel Ángel 12. Eso Pepe lo recuerda muy bien. Llegó al hotel, y en la recepción le dijeron que el señor Rissi lo esperaba en su habitación. Le extrañó un poco, porque habían quedado en el bar. Luego subió a la 318. Cogió el ascensor, fue hacia la habitación y... Pepe ya no recuerda nada más. El número 318 dorado sobre una puerta de madera oscura y nada más.
«¡Y eso fue el viernes, y hoy es martes!», piensa Pepe con miedo y una sensación extraña. «¿Qué habrá pasado durante estas horas?», se pregunta una y otra vez. ¡Noventa y seis horas y media en ninguna parte!

***

A las doce horas llega Susi tan nerviosa como siempre.
-¡Qué alegría verle, jefe! sano y salvo. ¡He pasado unas horas...! No se lo puede imaginar... Ha sido horrible.
-Tómate algo y explícame todo con calma.
-Mire esto -dice Susi, poniendo un periódico sobre la mesa.
En la portada, junto a una vieja foto de Pepe, un titular: «Detective privado, presunto asesino del conocido mafioso italiano Rissi, cuyo cadáver ha aparecido en un céntrico hotel».
-Vaya, estará contento Romerales -murmura Pepe pensando en su eterno enemigo, el inspector de policía Romerales.
-Explícame, ¿qué pasó ayer y anteayer y...? Yo no recuerdo nada. Nada en absoluto. Es horrible.
-¿Nada? Le habrán dado alguna droga...
-Sí, supongo... Y un buen golpe en la cabeza.
- A ver...
-Luego te lo enseño. Ahora cuenta.
-Pues el viernes se fue usted a ver a Rissi, a eso de las cuatro...
-Sí, de eso me acuerdo.
- Al Palace, ¿no?
-No, al Miguel Ángel.
-Bueno, da igual.
-Me dijo que volvería a la oficina. Pero, claro, no volvió. Yo lo estuve esperando hasta las ocho.
-¿Y ayer?
-Pues ayer yo ya empecé a preocuparme, porque usted no vino a la oficina. Y eso que tenía varias citas. Llamé a su casa varias veces, por si se encontraba mal o algo. Me pareció muy extraño que no llamara para avisarme. Luego, por la tarde, fui a su casa y hablé con el portero, con don Cándido. Me dijo que no le había visto en todo el fin de semana.
-Ya...
-Y esta mañana ha venido Romerales. Parece que encontraron al tal Rissi muerto en su habitación, con un tiro en la espalda. Tenía su tarjeta en el bolsillo y anotada la hora de la cita. En el suelo había una pistola con...
-¿Con qué, Susi?
-Con sus huellas, jefe.
-¿Las mías? ¿No desconfiarás también tú de mí, Susi?
-Jefe, por favor...
-Todo es demasiado fácil. ¡Muy bien preparado...!, ¿no?
-Sí, pero ya sabe usted lo estúpido que es Romerales... y lo mal que le cae usted. Además, está el recepcionista, que le vio a usted subir... ¿Qué va a hacer, jefe?
Los dos se quedan callados un momento.
-Encontrar al verdadero asesino -responde Pepe-. ¿Qué, si no? Romerales nunca lo encontrará. Ya me tiene a mí y para él es suficiente. Susi, ¿tú crees que éste es un pueblo turístico?
-Pues no creo, no, sinceramente... ¿Por qué?
Pepe se levanta y va hacia la barra, hacia don Faustino.
-Perdone, ¿verdad que ha dicho que ayer estuvieron aquí unos extranjeros?
-Pues sí. Extranjeros serían, porque tenían un acento raro. Pero no parecían muy, muy extranjeros... No sé cómo decirle...
-¿Italianos?
-Quizá.
-¿Cómo eran?
-Eran dos hombres y una mujer, muy guapa ella, por cierto. Oriental. Ellos... Uno era bajito y de pelo blanco. El otro, delgado, muy alto y muy feo... ¿Cómo le diría? Con cara de mala persona, vaya. Oí que se llamaba Mar...
-Marcelo.
-Eso, Marcelo.
-¿Y estuvieron mucho rato?
-No, qué va, un momento. Me parece que tenían problemas con el coche. Sólo querían agua. Tenían mucha prisa, creo yo.
-¿Y el coche? ¿Era español?
-De matrícula española, sí. Me fijé: era de San Sebastián. Me acuerdo perfectamente. Al verles llegar, me llamó la atención, porque mi mujer es de ahí, y pensé: «Mira, como Begoña.» Por aquí no se ven muchos vascos. Pero el coche era extranjero. Un coche negro, grande, muy bonito.
-Bueno, pues, muchas gracias por la información.
-De nada, hombre. A seguir bien.

***

Camino de Madrid, Susi y Pepe escuchan la radio y callan. En las noticias de Radio Nacional hablan un poco de la muerte de Rissi, famoso mafioso italiano buscado por la policía italiana, la española y la Interpol. Tráfico de drogas, armas...
Susi y Pepe están preocupados. Tal vez también un poco asustados.
-Lo primero es ir a ver a Romerales -dice Pepe a su secretaria.
-Pero, jefe, le va a detener...
-Bueno, ¿y qué?

***

La entrevista con Romerales, naturalmente, no es nada agradable. Romerales está muy contento de que Pepe tenga problemas. Pepe Rey, ese detective privado que siempre se mete en sus «casos» y que encuentra siempre a los culpables antes que él. Le hace muchas preguntas: «¿Cuándo fue al hotel? ¿Qué pasó después? ¿Por qué no fue ayer a su oficina?» Lo malo es que a veces Pepe no tiene respuestas. Al final, Romerales le enseña una carta donde él, Pepe Rey, le pide a Rissi mucho dinero a cambio de no decir a la policía cosas que sabe.
-Esta no es mi firma, Romerales.
-Aquí pone claramente su nombre. La letra es como la suya y la firma, también.
-Romerales, usted sabe perfectamente cómo es mi firma y también sabe perfectamente, aunque no quiere reconocerlo, que esta firma es falsa.
-Rey, ¿qué cosas son ésas que no quiere contar a la policía?
-Todo eso es mentira. ¿Cómo quiere que yo le pida dinero a Rissi?
-Cosas parecidas se han visto otras veces.
-Será en el cine, Romerales. En este país los detectives no hacemos eso. Y yo, menos. Usted lo sabe.
Efectivamente, Romerales lo sabe y sabe también que esa carta puede ser falsa, pero no piensa desaprovechar la ocasión de fastidiar un poco a Pepe Rey.
Sin embargo, Romerales no piensa detenerle. Al cabo de unas cuantas horas puede salir. Le han dicho que no se mueva de Madrid y que volverán a interrogarle.
De la comisaría se va a su casa. «Ninochka no debe tener ya nada que comer», piensa, preocupado por su gata. Pero cuando llega a casa, ve que Ninochka no está. «Estará buscando novio por algún tejado -piensa Pepe-. En primavera, ya se sabe...»
En el contestador automático hay varios recados. Uno de Elena, su ex mujer: «Oye, que el sábado no irán los niños a tu casa. Nos vamos a la Sierra a esquiar. ¿Vale? Un beso».
«Tenía ganas de verlos este fin de semana, pero será mejor así», piensa.
También hay varias llamadas de Susi como por ejemplo: «Jefe, si necesita algo estoy en el 235 10 14. Llámeme. A cualquier hora. ¿Sabe? Estoy preocupada por usted...».
Al final de la grabación hay un mensaje muy especial. Es una voz de mujer que, con un ligero acento extranjero, dice: «¿Todavía buscas rosas?».
Pepe recuerda inmediatamente la rosa roja que se ha encontrado en el bolsillo.

***

El miércoles, después de dormir unas diez horas, Pepe se levanta y decide llamar a la oficina. Todavía le duele todo, pero tiene que hacer algo.
-Susi, guapa, ya sé que hoy tenías la tarde libre pero... Bueno, en fin, quería que me acompañaras al hotel Miguel Ángel y, luego, quizá, a Villaperdida. Yo no me encuentro muy bien. No me apetece nada conducir.
-Por supuesto, jefe. No es ninguna molestia. Además, no sabía qué hacer hoy... -responde Susi, que, en realidad, estaba esperando la llamada de Pepe-. ¿Nos encontramos en el hotel?
Ya en el hotel, van a la recepción. Está el mismo recepcionista que el jueves.
-Quería hacerle unas preguntas -le dice Pepe.
El recepcionista lo reconoce enseguida, y empieza a decir que no con la cabeza.
-Oiga... Yo no quiero problemas. En serio...
-Pero sí quieres esto, ¿verdad? -le dice Pepe poniendo un billete de diez mil pesetas sobre el mostrador.
-Es que no sé nada, de veras... -pero coge el dinero.
-A ver... ¿Subió alguien después de mí? A esa hora no había mucha gente en el hotel...
-No sé. No me acuerdo. Creo que no. Enseguida avisaron de que había un cadáver en la trescientos dieciocho. Unos diez minutos después.
-¿Quién avisó?
-Una camarera. Entró a llevar no sé qué a la habitación y...
-¿Y a mí? ¿No me vio usted salir?
-No. Lo siento. No lo vi.
-¿Notó algo raro en el hotel ese día? No sé... Cualquier cosa.
Se ha acercado un botones que escucha la conversación con atención. Es un chico de unos quince años, pelirrojo y con cara de listo. Se llama Simón y, de mayor, quiere ser detective privado.
-Sí, sí pasó algo raro -dice Simón-. Lo del zapato.
-¡Bah! Eso es una tontería -dice el recepcionista.
-¿Qué pasó con el zapato? -pregunta Susi, que recuerda muy bien a su jefe en Villaperdida con un solo zapato.
-Pues que lo encontramos el día siguiente en la bañera de la 317, o sea en la habitación de al lado.
-¿Hay una puerta entre la 317 y la 318?
-Sí, sí hay una puerta.
-Gracias, chaval. Sí, era importante lo del zapato.
Simón sonríe satisfecho.
-¿Quién estaba en la 317?
-Pues, no me acuerdo. A ver... Sí, eso es, aquí está, Fabio Malaparte, un italiano también -responde el recepcionista.
-Sí, un tipo alto, feísimo, con cara de mala persona -añade Simón.
Pepe recuerda la conversación con don Faustino, el dueño de la fonda de Villaperdida. Está muy claro: es el mismo.
-¿Y cuándo se fue Malaparte del hotel?
-Pues esa misma noche, ya de madrugada. A las cuatro o algo así... Bueno, eso me dijo el otro recepcionista, el de la noche. Yo ya no estaba. -¿Os acordáis de qué coche tenía? -Pepe ya sabe la respuesta, pero quiere tener toda la información.
-Sí, yo sí -dice Simón-. Un BMW negro, precioso...
-Serías un buen detective, chaval -le dice Pepe a Simón, dándole un golpe cariñoso- Te fijas en todo.

***

Pepe y Susi se despiden de los empleados del hotel y salen a la calle. En la Castellana hay un tráfico horrible.
-Está más claro que el agua -dice Pepe-. Necesitaban un culpable, pero ¿por qué yo? Me esconden unas horas en la bañera de la 317 y, luego, en el BMW, bien dormidito, a Villaperdida.
-Sí, sí, así fue. ¿Y ahora qué?
-Ni idea. Sólo tenemos un zapato, un BMW, un italiano feísimo y una rosa...
-¿Una rosa?
-Sí, ahora te cuento -dice Pepe parando un taxi con la mano-. ¿Adónde vamos?
-A buscar mi coche, ¿no? -responde Susi-. ¿O prefiere ir en el suyo? A mí me da igual... El mío lo he llevado al taller, a cambiar el aceite, pero me han dicho que me lo tendrían a las dos.
-Sí, mejor vamos en el tuyo. Todavía me duele la cabeza.
-Santa Engracia, 37, por favor -dice Susi al taxista-. Entre Manuel Cortina y Luchana. Me iba a contar lo de la rosa, jefe.
Pepe le cuenta cómo encontró la rosa en su bolsillo.
-Pues yo eso no lo veo tan raro... -dice Susi-. La compraría para alguna chica...
-Susi, por favor. Hace mil años que yo no regalo rosas a nadie. Tú ya me conoces...
-Ya, ya...
-Además está lo del contestador...
Pepe le cuenta a Susi la extraña llamada. Susi escucha con atención.
-Pues, entonces, es como un signo, una firma...
-Sí, una firma de mujer. A las mujeres les encanta firmar los crímenes.
-Una rosa..., una rosa... - murmura Susi.
De pronto, algo se mueve en la memoria de Pepe pero no acaba de recordar.

***

Llegan a la calle Santa Engracia. El taxi se para delante de un pequeño taller. Allí está, aparcado, el viejo «dos caballos» amarillo de Susi.
-Jefe, ¿y si antes de ir a Villaperdida comemos algo?
-Buena idea.
-Aquí al lado hay un restaurante chino que no está mal.
-Como tú quieras.
Quizá son los fideos chinos o el cerdo agridulce, Pepe no lo sabe, pero de pronto algo se despierta en su cerebro.
-¡Rosa! ¡Rosa Wang Lee! Claro. Tiene que ser ella. Ahora lo entiendo todo.
-¿Quién es esa Rosa, jefe?
-Es una larga historia. La conocí hará unos diez años. Tú todavía no trabajabas conmigo. Era hija de un chino y de una holandesa. ¿Recuerdas que el de la fonda habló de una mujer oriental? Era una mujer muy especial...
-Debe de serlo todavía -comenta Susi irónica.
-Había tenido una vida muy dura. Había hecho de todo: modelo, agente secreta, directora de un casino, yo qué sé... Por aquella época tenía un amante inglés, un mal tipo que le sacaba el dinero. En fin, que se metió en líos de drogas para ayudarle a él. Yo los descubrí y ayudé a Romerales a detenerlos. Pensaba que todavía estaba en la cárcel. En el juicio, lo recuerdo muy bien, cuando salía, me dijo: «No te olvidarás de mí».
-Sí, parece que está muy claro. Esta es su venganza.
Pepe se levanta y sin decirle nada a Susi va hacia el teléfono. A veces, Pepe no explica lo que hace y eso a Susi, a la que le gusta saberlo todo, le pone nerviosa. Es lo que menos le gusta de su jefe.
-Romerales -dice Pepe cuando le ponen con el inspector-, ¿se acuerda de Rosa Wang? ¿Ya no está en Yeserías?
-No. Salió hace unos cuatro meses. ¿Qué pasa, Rey? -responde Romerales.
-Todavía no lo sé, pero creo que ella está detrás de todo esto.
-Me han dicho que últimamente andaba con unos italianos. Es un asunto feo: tráfico de armas. O sea que...
Pepe lo corta y le dice que lo volverá a llamar.

***

Pepe vuelve a la mesa. Susi está impaciente.
-Sí, ahora estoy seguro. La rosa es suya. ¿Algo de postre?
-Un plátano frito con miel.
-Eso engorda, Susi.
-¿Qué quiere decir con eso, jefe?
Los dos se ponen a reír. Están un poco más tranquilos. Al menos saben a quién buscan.
-Bueno, ahora en serio, ¿cómo podemos encontrar a Rosa? A lo mejor se ha ido de Madrid, de España...
-Sí, claro, puede ser. Rosa tenía una amiga en Madrid. En realidad, era más que una amiga. Era como una hermana mayor. Los padres de Rosa murieron cuando ella era muy pequeña. Esta amiga, Jimena, una chilena, la cuidó. Se quieren mucho. Si Rosa está en Madrid, ve a Jimena. Estoy seguro.
-¿Y usted sabe dónde vive?
-Sí, ¿vamos a echar un vistazo?
-¿No vamos a Villaperdida?
-No, ¿para qué?

 

Fuente: CV. Cervantes.es

 

 

 

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