El barbero de Picasso

 

Picasso y Eugenio Arias, dos amigos inseparables unidos por el exilio, la pasión taurina y el recuerdo de una España “robada”. El genio admiraba del aldeano su carácter seguro y jovial. Arias, pasaría a la historia como el hombre que cortó el pelo a Picasso durante 26 años…111111.jpg

Las mañanas en Buitrago huelen a pan recién hecho. Hace frío, ese frío de la montaña que se congela en las fachadas de piedra. Hoy el sol ha templado las calles y las mujeres inician temprano su peregrinar por las tiendas de alimentación. Otros, los más ancianos, prolongan su sueño en la plaza. Hay mil páginas de historia en esos rostros, pero todos recuerdan un nombre: Eugenio Arias, el barbero de Picasso.

Crecieron con él y hoy se sientan a admirar el legado de su viejo amigo, un museo con más de 60 obras firmadas por el pintor malagueño. Los cuadros de Picasso se han expuesto en las galerías de arte más prestigiosas del mundo: Londres, París, Nueva York…

En Buitrago, sin embargo, no hay más de 3.000 habitantes y el edificio más alto es un castillo almenado del siglo XV. Eugenio Arias llevó a Picasso a la tierra de los campesinos.

UN BARBERO INTELECTUAL

Encontré a Victorina en el patio de su casa, un solar frente a una plaza rodeada de pinos indiferentes al otoño. Al verme, dibujó una sonrisa y vino hacia mí, parecía caminar con los pies de un viajero retirado. Tiene 91 años que pesan sobre su espalda como un saco de piedras. En su cara, sin embargo, hay sombras de juventud y una mirada de seda que puede cortarse con un dedo. “Vamos dentro”, me dijo, sosteniéndose con delicadeza en mi brazo. “Eugenio y yo fuimos amigos en la infancia”, recuerda Victorina, “su padre era sastre y su madre, Nicolasa, una pastora de ovejas que vivía en Robledillo. Formamos un grupo de teatro. Había una escuela rural, pero mucha gente en Buitrago no podía estudiar porque estaba ocupada en el campo. Eugenio tenía su propia biblioteca en la peluquería y enseñaba a los chicos a leer y a escribir”.

Arias recordaba, no hace mucho tiempo, las anécdotas de aquella época. Ponía tanto entusiasmo en la educación que un ganadero llegó a decirle: “Eugenio, el abecedario me da vueltas en la cabeza de tal manera que ya no soy capaz de ordeñar las vacas”. El trabajo con las manos era casi una exigencia en la España rural de principios del siglo XX. Eugenio aprendió a cortar el pelo con nueve años en la barbería de su tío y nunca más volvió a desprenderse de las tijeras. Serían, sin saberlo, la llave de un mundo mágico.

Al hablar de la guerra, Victorina apoya su mano en mi brazo intentando transmitir con el tacto la intensidad de sus pensamientos. “Me fui como enfermera a Hoyo de Manzanares, un pueblo cercano. Yo nunca me fijé en las ideas de nadie, sólo en sus actos; pero la guerra nos hizo mucho daño, mi padre estuvo cinco años en la cárcel y uno desterrado. Eugenio vivió en el exilio”.

Arias combatió en Buitrago y Teruel junto al bando republicano. Ya casi perdida la guerra, tuvo que trabajar como peluquero en los campos de refugiados al sur de Francia y más tarde en Dijon, tras alistarse en el ejército francés. Gracias a esta colaboración pudo construir su propia peluquería en Vallauris, un tranquilo pueblo de la Costa Azul francesa. Era el año 1946. Allí empezó su relación con el pintor malagueño.

TOROS, REPÚBLICA… ESPAÑA

Antes de sentarse frente a las tijeras de Eugenio, nadie, excepto él mismo o sus mujeres, habían cortado el pelo a Picasso. Tenía la excéntrica manía de pensar que quien cogiera su pelo le iba a robar la fuerza creadora. “Debió sentir mucha confianza por Eugenio Arias desde el primer día”, afirma Lalo, encargado del museo. “Picasso había vivido muchos años en París y escapó a la costa buscando tranquilidad. Suzanne Ramié, la propietaria de un estudio de cerámica al que acudía el pintor, le dijo que allí había un exiliado español con un salón de peluquería y fue a visitarle. Picasso ya era muy famoso – continúa Lalo- y todos los clientes le cedían el turno. No le gustó nada ese trato especial, se sentía incómodo, así que Arias le propuso ir a su casa para cortarle el pelo. No sé qué le dijo o lo que Picasso vio en él, pero accedió y ya no se separaron en 26 años, hasta la muerte del pintor.”

Lalo trabaja en elmuseo casi desde su inauguración en 1985. Entonces conoció a Eugenio. Cuando habla de él endereza los hombros como un militar, tose y suaviza sus marcadas facciones con media sonrisa: “Arias es una gran persona. Campechano…, le gusta mucho conversar con la gente que venía al museo. Rafael Alberti le visitó en un par de ocasiones. Se habían conocido en Francia, como siempre, a través de Picasso”.

Me enseña fotografías de aquella época. Es curioso, pero a pesar de tener 22 años menos, Eugenio se parece físicamente a Picasso. Viste de una manera sencilla y modera sus gestos cuando hay gente alrededor, como queriendo evitar el protagonismo. “Picasso admiraba la seguridad y la independencia de Eugenio. Éste le trataba con el respeto que merece cualquier persona, nada más. Nunca se metió en su vida privada. Françoise Gilot, una de la mujeres del pintor, decía que Picasso perdía sus temores ante Arias. Jugaban a las cartas, Eugenio le leía poemas, hablaban de España, a veces de arte, y siempre mantenían el humor. Había muchas coincidencias entre ellos. Una vez Picasso le preguntó qué opinaba de su profesión.

– Cuando termino de cortar el pelo, veo siempre los defectos, le contestó Arias. Y Picasso le respondió, -entonces eres un artista, Eugenio; yo también veo sólo los defectos cuando termino un cuadro-”.

El museo es un claro reflejo de las aficiones que compartían el pintor y su barbero, y también de sus añoranzas. Picasso dejaba caer gotas de recuerdos en sus obras. Tinta negra sobre cerámica representando a Don Quijote y Sancho, dibujos y carteles dedicados a la tauromaquia los colores de la bandera republicana… Nostalgia sobre el papel que, de alguna manera, también firmaba Eugenio. En Francia, los dos se sentían más unidos y españoles que nunca. “Amaban los toros”, afirma Lalo mientras observamos un plato de cerámica con la cabeza de un astado. “Iban juntos a muchas corridas celebradas en Nîmes o Arles. Eugenio contaba que una vez, un torero francés llamó la atención del toro, pero éste no se movía. Entonces, Picasso se levantó y gritó desde la barrera -¡Háblale en español, que no sabe francés!-”.

Hay entre la colección un retrato de Nicolasa, la madre de Eugenio, con un pañuelo envolviendo su cabeza. La Española es una de las obras más significativas del museo. Lo que en principio era sólo un regalo, se convirtió en el cartel para una exposición internacional por la amnistía de los presos políticos en España. Ambos estaban afiliados al Partido Comunista francés, aunque era sólo un motivo para hablar de paz, libertad y justicia. Las viejas heridas nunca cicatrizaron. Unos soldados alemanes le preguntaron a Picasso si él era el autor del Guernica. Picasso les respondió: “No, fuisteis vosotros”.

EL GENIO Y EL CAMPESINO

Los recuerdos de Victorina son tan lejanos que parecen quemarse con facilidad en el fuego de la chimenea. A medida que pasan los minutos, las pausas de su voz se hacen más largas. “Mi madre y mi hermana fueron a Vallauris a ver a Eugenio. Le llevaron jamón y chorizo, y allí, juntos, lo compartieron con Picasso. ¡Le encantó!”. “A partir de entonces enviábamos todos los años embutidos después de la matanza. Eugenio nos decía que Picasso cortaba rajas muy finitas cuando había invitados. ¡No quería que se acabara!”. Victorina ríe con efusividad y me enseña un plato decorado y un dibujo que el pintor les envió en agradecimiento.

Buitrago ha cambiado desde que Eugenio diera aquí sus primeros pasos. En la calle Real aún está su peluquería. Se reformó y ahora tiene otros dueños y una imagen, seguro, más moderna. Picasso llamaba al salón de Arias “la universidad de la vida”; era el espacio en que se dejaba dominar por las tijeras de Eugenio y juntos contaban anécdotas, reían y debatían sobre las novedades taurinas.

Muchos personajes célebres amigos de Picasso pasaron por las manos del barbero: el poeta Jean Cocteau, el torero Luis Miguel Dominguín… Arias hizo las pelucas a Santiago Carrillo (dirigente del Partido Comunista de España) para que pudiera pasar inadvertido en sus viajes ilegales de Francia a España. Estuvo todo un año en Madrid moviéndose con una peluca hippy en la cabeza.

Arias fue una de las pocas personas que veló el cadáver del pintor en 1973. Eugenio pudo regresar a España tras la muerte de Franco. Llegó con las obras que Picasso le había regalado en todos sus años de amistad. Una vez le dijo: “Arias, mis cuadros cuelgan por todas las capitales del mundo. Pero los pueblos, ¿no necesitan nada? Ellos mantienen la vida de los ciudadanos”. Le prometió entonces donar toda la obra al Ayuntamiento de Buitrago.

Hace seis años que no pasea por estas calles. El 15 de noviembre cumplió 97 años y tiene graves problemas de salud. Arias fue el refugio de Picasso cuando escapaba de la frivolidad de la bohemia parisina. Encontró en él la naturalidad y el carácter espontáneo del campesino español. Arias desenmascaró al Picasso más sencillo, tan sólo con unas tijeras.

* Eugenio Arias murió en Vallauris (Francia) a los 98 años.

 

Fuente: publicado en el número 4 de Punto y Coma

 

 

 

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