EL RASTRO DE MADRID

 

EL MERCADILLO FANTÁSTICO. SIGUIENDO EL RASTRO DE MADRID

Balones, anillos, libros, tebeos, palomitas, llaves, enchufes, música, juguetes, sombreros, muebles, animales… Todo esto y mucho más puede encontrarse en el Rastro de Madrid, un cajón enorme de colores, tamaños y formas. Miles de puestos ofrecen sus tesoros a un público que se deja querer y que pasea lenta y tranquilamente por las calles en las que se extienden los tentáculos luminosos de este mercadillo fantástico, que sólo abre sus puertas los domingos y festivos.

EL ORIGEN DEL RASTRO

Antiguamente en este lugar se encontraba el matadero de reses de Madrid. El rastro de la sangre de los animales que resbalaba por la pendiente de  la calle Ribera de Curtidores dio origen a su nombre. Allí se curtían las pieles y se convertían en materia prima para bolsos, monturas de caballo, cinturones, carteras… En la actualidad esta calle es el corazón del mercado y está repleta de puestos de artesanía, ropa nueva y de segunda mano, tiendas de material de montaña y galerías de antigüedades, entre otros negocios. El paseante puede comenzar partiendo de la plaza de Cascorro, presidida por la estatua de un soldado anónimo de la guerra de Cuba que vigila atentamente el ir y venir de compradores y vendedores. Bajando por Ribera de Curtidores se encuentran las calles perpendiculares de San Cayetano o “la de los pintores”, donde pueden comprarse cuadros de todo tipo, y Fray Ceferino González o “la de los pájaros”, donde los niños asisten boquiabiertos a la compra y venta de animales. Las plazas de Vara del Rey y de Campillo del Mundo Nuevo son las reinas del mercado de segunda mano: muebles, libros antiguos y cromos, a precio de ganga, según dicen las voces de los vendedores. El perímetro del Rastro engloba una gran manzana de calles con nombres tan bonitos como Mira el Sol, Mira el Río Baja o Mira el Río Alta y están delimitadas por la calle de Toledo, la de Embajadores y la Ronda de Toledo, tres grandes calles céntricas y castizas  de los pies a la cabeza.

RASTREADORES

El Rastro es un mundo de vendedores peculiares, de fabuladores que venden peladores de verduras como si fueran joyas imprescindibles en cualquier cocina, de gitanos que lanzan al aire ofertas de ropa con gracia, de ancianos sentados con una manta que contiene los objetos más sorprendentes que se puedan vender, como cajas de metal, máquinas de escribir, botones y gafas usadas. Dentro de esta fauna tan variada, el Vaquero, vestido como un auténtico cowboy (pistolas y espuelas incluidas) se ha ganado a pulso ser uno de los protagonistas exclusivos de los domingos. Lleva 30 años en el Rastro y su puesto es uno de los más frecuentados por los buscadores de historias. Además de vender tebeos de todas las épocas cambia novelas de amor, de vaqueros, de detectives… Se siente heredero de un negocio que normalmente llevaban hombres mayores, y que, al jubilarse o morir,  desaparecía con ellos. “[…] y a nadie se le ocurre que es un negocio, que se gana dinero,  y entonces, el mayor negocio que tengo es ese porque no cambia nadie novelas en Madrid. Me vienen de Toledo, de Talavera, de Alcobendas. Vienen los viejecillos, los vigilantes, y gente que por su trabajo tiene tiempo para leer; entonces, ¿qué hacen? Pues leen novelas, igual que yo”.  El Vaquero, amable, justiciero y fanfarrón, como todo  buen protagonista de novelas del Oeste, está muy orgulloso de su puesto en el Rastro: “Yo, cuando era pequeño, no podía comprarme muchos tebeos. Y mira ahora, ¿entiendes?  Incluso tengo tebeos que la gente me paga un pastón por ellos y no los vendo porque me gustan a mí. Hace poco, en Internet, por cuatro tebeos me dieron 300 euros”.

Además de haber vendedores de todas las edades, desde adolescentes hasta señoras sentadas en sus butacas, exponiendo el género, el Rastro es también una pequeña torre de Babel donde las lenguas y los orígenes de los visitantes y los visitados se mezclan. Hugo es de Buenos Aires, en su puesto vende joyas de metal, bronce, plata y cobre que hace él mismo. Buen conversador, tiene la doble nacionalidad y desciende de españoles. Dice que lograr un puesto en el Rastro no es algo tan sencillo. Antes funcionaba por sorteo y cuando alguien se iba, existía la posibilidad de que entrara alguien nuevo, pero ahora ya no se reponen esos huecos. Los dueños de los puestos pagan sus impuestos anuales y se unen en asociaciones para intentar que se respeten sus derechos. Hace no mucho la polémica estuvo servida: el alcalde de la ciudad  propuso trasladar el Rastro a las afueras  de Madrid. Los vendedores se movilizaron, protestaron y por ahora el Rastro se queda donde está: “Bueno sí, toquemos madera. Por eso, hemos luchado, hemos tratado de que no sea así. Ahora, todo alcalde que subió quiso trasladarnos porque es una zona que ellos quieren vender, es cara y en pleno centro, y no quieren el Rastro”.

El hecho de estar en la zona más céntrica de Madrid le acerca peligrosamente a las garras de la especulación, pero, como dice Hugo, la gente del Rastro es luchadora y tratará de seguir abriendo sus pequeños puestos cada domingo.

MÚSICA Y CAÑAS AL SOL

Otra de las cosas especiales que tiene el pasar un domingo en el Rastro, es disfrutar de su envolvente hilo musical. La música callejera  puede asaltar al visitante a la vuelta de una esquina en forma de sonrientes músicos de jazz o de artistas que mueven sus marionetas al ritmo de música pop o de canciones populares de algún país exótico y lejano a cambio de algunas monedas. Pasear por el Rastro también tiene como aliciente entrar a tomar una cervecita fresca en alguno de los múltiples bares de sus calles. Bares como el Capricho Extremeño, pequeño y coqueto local de la calle Carlos Arniches, que incluso prepara bandejas de plástico con sus ricas tapas de jamón, bacalao, gambas, queso y angulas, entre otras especialidades, para que sus clientes puedan salir con la consumición a las plazas y sentarse al sol con sus nuevas compras en la mano.

Poco a poco, el ruidoso mundo de vendedores, compradores y música se va plegando, llega el mediodía y es hora de recoger. En unas horas desaparecerán los puestos y volarán solitarias algunas bolsas vacías. También quedarán pequeños rastros de lo que ha pasado, algún libro abandonado por las prisas o algún juguete viejo y descascarillado que será recogido por algún especialista de última hora que pasaba por allí y que el próximo domingo lo pondrá a la venta junto a otros objetos dignos de ser vendidos en este mercadillo único que ha sido siempre el Rastro.

 

Quelle:  Revista Punto y Coma

 

 

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