Una música tan triste

¿Ya podemos empezar? Bueno, esto es difícil. Si no hubieras sido tan pesada, nunca me habría sentado aquí a contarte todo. No sé por qué estás tan interesada en esta historia. Además, tú estarás acostumbrada a tratar con gente a la que no le importa nada hablar, que largan sin problemas... Yo no, para nada. Tendrás que tener paciencia, porque me dará corte o se me irá la olla. Aparte de que ya el tema es bastante fuerte.

Bastante fuerte, sí. ¿Qué te puedo decir? ¿Por dónde empiezo? Sí, claro, por el principio. Bueno, yo estaba más o menos como estoy ahora. Trabajaba en el taller, pero todavía no era el encargado. No ganaba mucho, pero podía vivir, cosa rara en estos tiempos. Sí, vivía en el mismo sitio que ahora; en realidad, no ha cambiado casi nada... excepto lo más importante, claro. Cuando empezó todo yo tenía... veinte o veintiuno, creo. Fue hace tres años... entonces, veinte. Veinte años.

La conocí en los bajos de Aurrerá un sábado. En esa época iba allí con mi gente ; buscar camorra y a enrollarnos. Éramos un grupo de siete u ocho, todos con moto. Sí, metíamos un poco de miedo a la gente, pero si no eres un poco macarra en este mundo, estás jodido. Todos te hablan de paz, pero sólo quieren pisarte el cuello. Mejor juega con tus cartas y písales los abrigos, eso es lo que yo digo.

A veces íbamos con Juanma el Terribley su grupo de Hombres Masculinos. ¿No los conoces? Juanma es una leyenda en Madrid, nena. Es un tipo que pesa cien quilos, siempre iba a armar broncapor Moncloa, un tío duro de verdad, pero también una especie de caballero del sur, que dice cosas increíbles a las tías y les besa la mano. Su banda se llama los Hombres Masculinos y a nosotros nos caen muy bien. ¿Que por qué se llaman así? Bueno, tienen una filosofía de la vida muy particular que a mí me gusta mucho. Odian a los hippies y a los maricas, llevan vaqueros que no conocen el agua y su sastre se llama Levi's. Les encanta la pelea, la carne y la cerveza y están empeñados en ser auténticos machos. ¿Qué, no te gustan? Seguro que tú también piensas que la mujer es igual al hombre.¡Valiente tontería! El mundo está lleno de nenazas es el problema.

¿Verdaderos hombres? ¿Quieres una lista? El primero, John Wayne, un auténtico baluarte contra los blanditos; Atila, Clint Eastwood, Juanito, Gutiérrez Mellado, Margaret Thatcher, José María Barrionuevo, John McEnroe, Arnold Schwartzenegger..., gente así. El hombre masculino auténtico viste como un hombre y habla como un hombre, con pocas palabras; no es fino, responde con un «sí» o con un «no». En cuanto ves a una persona puedes saber si estás ante un hombre o ante un blandito: unas cuchilladas en la jeta, unas tiritas en las cejas o unos buenos tatuajes ayudan a distinguir rápidamente. Por supuesto, también los amigos son importantes en estos tiempos donde sólo triunfan los maricas. El mismo Gengis Khan tenía una o dos hordas. Un fin de semana entre hombres, pasado en ver los vídeos del Mundial, pimplando cajas de cerveza: eso es masculino. ¿Quieres divertirte, pelearte, montar bronca, cambiar el aceite del coche? ¿A quién invitas? ¿A las tías? ¡Aaaah, qué coñazo! Invitas a los colegas; a la banda de toda la vida.

No, no es broma. Es verdad de la buena. Los Hombres Masculinos tienen su trabajo, su música, su cine, su forma de actuar con las tías... ¿Por ejemplo? Un hombre de verdad es camionero, mecánico (como yo), escritor alcohólico, bombero... No es modista, bailarín, secretario de las Naciones Unidas, mimo o florista. Le gustan Mad Max, Harry el Sucio, Taxi Driver(Robert de Niro limpia las calles de Nueva York. Legítima defensa), La matanza de Texas, Charles Bronson, Ronald Reagan (profesión: hombre), cosas así. El hombre masculino no tiene nada contra la música. Ya sea country o rock’n’roll, la música es importante mientras te das una vuelta con un hatajo de viejos colegas; hay que huir de Phil Collins, Stevie Wonder y todo ese racimo de blanditos.

Bueno, con las mujeres es más o menos lo mismo. Cuando sientes que todo el mundo ha quedado sexualmente satisfecho, hay que largarse de inmediato; una palmadita en las nalgas y un«Hasta la vista, muñeca», causará siempre la más viril impresión en cualquier mujer digna de ese nombre.

Oye, oye, no te cabrees. Tú me has preguntado y yo te he respondido. Si no te gusta no te metas conmigo. Además, ya te he dicho que nosotros éramos simpatizantes, pero no estábamos de acuerdo en todas esas cosas. ¿En cuál no estoy de acuerdo? Dejémoslo. Aparte de que después de todo lo que pasó con Laura yo he cambiado mucho.

Bueno, la cosa es que siempre salíamos juntos los fines de semana. Empezábamos en Moncloa por la tarde y acabábamosborrachos como cubas a las mil de la noche en cualquier sitio. Normalmente conocíamos a algunas tías y... bueno, ya sabes. Pero no importaba mucho. En realidad nos divertíamos solos. Si nada más piensas en mujeres acabas un poco pirao. Tu moto, cerveza y unos colegas, no necesitas mucho más. Nos gustaba bailar cosas duras, nada de bailecitos de discoteca tonta. ¡Ja, ja! Tenías que ver los dos metros de Dioni bailando pedo. Era genial. Teníamos un recorrido más o menos establecido de sitios guays¿Has visto mi moto? Mola¿verdad? Es una vieja BSA Rocket, ya no se hacen así. Lo menos tiene treinta años, pero yo la cuido y está nuevecita; ésta es una moto, y no las japonesas.

La cuestión es que ese día yo estaba un poco cabreado. En el taller se había estropeado una máquina y teníamos trabajo atrasado, así que estaba de mala leche. Normalmente quedábamos en el Cadillac, un bareto donde ponían buena música, mucho Bruce Springsteen, Elvis, rock, ya sabes. Serían las ocho y media. Había mucha gente a esa hora y el ambiente estaba cargado. Mucha niña de colegio con ganas de desfogarse de toda la semana y mucho niñato que no sabía beber. Yo entro como puedo, abriéndome paso entre la gente y al fondo veo, sobresaliendo de todos, la cabeza de Dioni hablando con alguien. Siempre es así: para saber dónde está mi gente, sólo tengo que fijarme en la cabeza de Dioni sobre los demás. Ya te he dicho que mide casi dos metros. El tío se tenía que agachar para escuchar lo que le estaban diciendo. Me acuerdo que sonaba James Brown, ya sabes, the sex machine. ¿No? Estás tú muy informada. ¿No sabes quién es James Brown? ¡Qué vergüenza! ¿Y tú has estudiado en la universidad?

Bueno, bueno, ya me centro. El caso es que entro, mirando a las niñas, que estaban todas guapísimas, en el mejor momento, alegres pero no borrachas. Yo estaba un poco de mal humor porque en el taller... Sí, esto ya te lo he contado. Vale, llego hasta donde estaba Dioni y me encuentro en primer lugar a Rafa, otro colega, que viene hacia mí y me dice que me fije en la belleza que estaba hablando con Dioni. Yo le dije que no estaba para bellezas. Pero miré y la vi.

Era una tía muy pequeña; eso fue lo primero que me llamó la atención. Debía de medir uno sesenta como mucho. Al lado de Dioni parecía un gatito. Iba toda vestida de negro. Llevaba uno de esos pantaloncitos ajustados que parecen medias. ¿Fu... qué? ¿fusós? Bueno, pues eso, unos fusós y encima una camiseta negra demasiado grande con la cara del cantante de The Cure. ¿Tampoco los conoces? No importa. La cuestión es que era una auténtica preciosidad. Tenía el pelo castaño y ondulado, suelto. Me fijé en que parecía muy limpio. Sus ojos eran grandes y castaños también y todos sus rasgos eran finos, como si hubieran sido dibujados con más detalle que los de los demás. En aquel momento supe que acabaríamos mal, pero si no sabes nadar, mejor no vayas a la playa. O sea, si no quieres problemas, no te pongas una cazadora negra, ¿comprendes? Bueno, hablando en plata, fue un flechazo. Tenía unos ojos muy grandes y una cara muy pequeña, lo que le hacía parecer asustada. Ah, ¿has visto fotos suyas? Sí, claro, salió en los periódicos.

No me interpretes mal. No soy de los que se emocionan con las tías. Me gustan mucho, claro, pero creo que no podemos entendemos. A mí, por lo menos, no me comprenden y yo no las comprendo. Me parece que queréis demasiado, que nos chupáis la sangre y los sesos; más vale manteneros a distancia prudencial. Es una cosa rara, porque las mujeres van detrás de nosotros y nosotros de ellas sin que parezca que nos entendamos nunca: Yo prefiero ir con mis amigos; no es que hablemos de grandes filosofías, pero con una mirada está dicho todo, nos entendemos sin hablar. Con las tías no es posible eso, creo yo. Ya te contaré lo que piensa Manolo de las tías. ¿Manolo? Un tío muy raro que nos encontramos de vez en cuando por las noches. Su cerebro no rige muy bien, pero dice unas cosas muy cachondas, tiene muy buen rollo. ¿Puedo pedir otra cerveza?

Bueno, pues eso. No soy un lelo al que se le cae la baba con las chicas. Además, modestia aparte, tengo donde elegir. El caso es que esta tía que estaba con Dioni tenía una cosa especial, una especie de mirada profunda, un poco triste. Al principio lo atribuí a que era una siniestra de ésas de The Cure. Los siniestros me caen bien, no como los punquis o los raperos. ¿No te interesa esto? La música es muy importante si quieres comprender algo de lo que pasa en el mundo, chica. No puedes andar por ahí sin saber qué te están diciendo si te dicen «The Clash son cojonudos» o si a alguien le gusta Barry Manilow. ¿No comprendes que la música es lo más importante del mundo cuando alguien tiene menos de treinta años? Más vale que te enteres. ¿A mí? Bueno, a mí me gusta Elvis y me gusta el blues, sobre todo, pero también Bruce Springsteen y algunas cosas de otros grupos, ya sabes, Rolling, Dylan, Doors, Tom Waits y cosas así. Pero el blues, chica, es estar por la noche poniendo a cada estrella una nota de la guitarra del bueno de B.B. King o encontrar la cerveza prehistórica en la voz del viejo John Lee Hooker. ¿He dicho cerveza prehistórica? Mm, me gusta. Eso es música, nena, no lo que se oye en Los 40 principales. Yo...

Bueno, bueno, ya sigo con la historia. Pero más vale que tomes nota de lo que te he dicho. ¿Por dónde iba? Ah, sí, el primer encuentro. Yo estaba con Rafa mirando a la chica que estaba hablando con Dioni, muy agachado para escuchar lo que decía entre la música. Entonces vi que Dioni, sonriendo, me señalaba con el dedo, y la chica me miró. Noté como si me estuviera analizando, pero no sonrió ni nada parecido. Los dos se acercaron a mí, Dioni riéndose y la chica más bien seria. Dioni me dijo:

—Laura: Pablo. Pablo: Laura. La acabo de conocer —me dijo—, pero me parece que te resultará más necesaria a ti. Creo que tiene algo que te puede interesar.

—Ah, ¿sí? —dije yo, un poco chulo.

—Sí, os dejo solos, —dijo él sonriendo, maliciosamente. Y se fue con los demás, que estaban sentados al fondo del Cadillac, pasándose un mini y mirando a las tías.

Ella hasta ese momento no había dicho ni una palabra y parecía desconfiada. Su actitud era fría. Quiero decir que no era la habitual de una chica de diecisiete años más o menos que está en una discoteca para ligar. Eso me escamó. Normalmente las cosas eran más fáciles; sobre todo para mí. En estos sitios todo el mundo sabe a lo que va. Finalmente ella habló:

—Bueno, si quieres algo, tengo de todo —me dijo.

—¿Cómo?

—Sí, ¿qué quieres?

Yo no entendía de qué demonios estaba hablando ella. ¿Qué quería yo? ¿De qué tenía todo ella? Estaba yo completamente perdido, pero no quería pasar por tonto, así que decidí hacerme el interesante y continuar el juego.

—¿Qué tienes? —le pregunté. Esperaba que su respuesta me ayudase a comprender de qué estábamos hablando.

—Tengo de todo, tío. Y de buena calidad.

Entonces comprendí. Me estaba ofreciendo droga. Demasiado misterio para eso. En la zona de Moncloa es muy fácil encontrar droga, como sabes, pero normalmente te la ofrecen en la calle tipos muy reconocibles. No es normal que se metan en los bares para chicos jóvenes a las ocho de la tarde para ofrecer a la gente. Yo en aquel momento sólo tomaba coca ocasionalmente, ¿sabes? Lo normal los fines de semana, ni siquiera todos. En aquel momento no tenía muchas pelas y estaba de mal humor. Pero lo curioso es que me molestó que esa niña tan guapa y tan joven fuera una camella.

 

Fuente: CV. Cervantes.es

 

 

 

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